“No a la guerra” en el planeta de los simios


Una comunidad de babuinos de Kenia desarrolla una cultura pacifista tras la muerte de los machos más agresivos

Los machos de babuino se distinguen por su agresividad; en Kenia, las hembras los han pacificado

JOSEP CORBELLA - 15/04/2004
Barcelona

Es el vivo retrato del matón. Su relación habitual con las hembras se basa en el acoso y el maltrato. Su relación con machos más débiles se basa en la intimidación y el ataque indiscriminado. Y aunque hay hombres que encajan en este perfil, en este caso el retrato es de un primate de otra especie. El macho de babuino.

En un bosque de Kenia, sin embargo, una comunidad de babuinos ha protagonizado una revolución que ha asombrado a los primatólogos. Han dejado de lado la agresividad y han desarrollado una cultura de la paz. Esta cultura se ha transmitido a las generaciones siguientes y la han adoptado los machos que se han incorporado al grupo procedentes de comunidades más agresivas. La revolución la han hecho sobre todo las hembras: según investigadores de la Universidad de Stanford (EE.UU.) que esta semana presentan sus resultados en la publicación “PLoS Biology”, son ellas quienes más se han encargado de acunar y transmitir la cultura.

Todo empezó a principios de los ochenta, cuando creció un vertedero a un kilómetro del lugar donde vivía el grupo de babuinos. Los machos empezaron a aventurarse en el vertedero al amanecer en busca de comida. Un segundo grupo de babuinos también descubrió el lugar y, al tener que pelear por el botín, sólo los machos más agresivos acabaron visitando el vertedero, mientras los más dóciles se quedaban en el bosque con las hembras y las crías.

En 1983, restos de carne infectada causaron un brote de tuberculosis entre los babuinos. El 46% de los machos del grupo, los más agresivos, murieron. Como no compartían la comida con las hembras ni con machos inferiores, el resto del grupo sobrevivió.

Lo más extraordinario ocurrió después. Los machos supervivientes no ocuparon el lugar de los déspotas, sino que las relaciones entre los miembros del grupo se modificaron. El acoso y los malos tratos a las hembras y el “mobbing” entre machos dejaron paso a actitudes más relajadas y a conductas más amistosas.

En los años siguientes, los machos jóvenes abandonaron el grupo, como es habitual en los babuinos de la especie “Papio anubis” al cumplir siete años, los machos más viejos murieron y otros machos llegaron procedentes de otros grupos. En 1993 no quedaba en la comunidad ninguno de los machos de la época de la tuberculosis, pero sí quedaban algunas hembras y sus crías.

Cuando los primatólogos estudiaron las conductas de los babuinos a mediados de los 90, observaron que los machos que se habían incorporado al grupo no se comportaban como babuinos normales, sino que habían adoptado el código de conducta de la comunidad. No es que fueran santos: los machos se peleaban a menudo. Y tampoco comunistas: establecieron una jerarquía estricta. Pero las peleas se limitaron a machos de rangos similares y se eliminaron los conflictos entre machos de rangos muy distintos: adiós al “mobbing” en versión babuino. En la relación con las hembras, los machos dedicaron más horas a acicalarse y menos a acosarlas y atacarlas.

Al analizar qué había hecho cambiar a los babuinos, los investigadores descubrieron que eran las hembras las que primero prestaban atención a los jóvenes machos que se incorporaban al grupo y les iniciaban en su peculiar código de conducta.

Investigaciones anteriores ya habían identificado casos de transmisión de cultura de una generación a la siguiente en distintas especies de primates –como en grupos de chimpancés que cogen termitas con palos–. Pero este es el primer caso en que la transmisión cultural no se refiere a una conducta concreta, como el uso de un palo, sino a un código general de conducta.

“La buena noticia para los humanos es que parece que las condiciones de paz, una vez establecidas, se pueden mantener. Si los babuinos pueden hacerlo, ¿por qué no nosotros?”, ha declarado el primatólogo Frans de Waal, que no ha participado en la investigación, al “New York Times”. “La mala noticia es que antes tal vez habría que eliminar a todos los machos más agresivos.”

 

 

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