'La colonización espacial es el próximo paso lógico de la evolución humana'

El autor, firmando ejemplares de su último libro. (Foto: Reuters)

El autor, firmando ejemplares de su último libro. (Foto: Reuters)


GIORGIO RIVECCIO
Corriere della Sera/EL MUNDO

ROMA.- Sir Arthur C. Clarke, inglés del Somerset, 90 años el próximo mes de diciembre, vive desde 1956 en Colombo, la capital de Sri Lanka. Y sigue escribiendo bellísimos ensayos y novelas de ciencia ficción. Y sigue jugando al ping pong, muy mal por cierto. Y hace submarinismo en ese mar que, hace poco más de dos años, con las olas del tsunami, devastó buena parte de la isla y de las costas del Océano Indico. Una catástrofe que también previó en 1982.


Fue de los primeros del mundo en utilizar un ordenador para escribir y el correo electrónico para comunicarse con el resto de la Tierra, gracias a los satélites artificiales nacidos de una idea suya.


Para comunicarse con otros mundos y con las personas que los habitarán dentro de decenas, centenares o miles de años, utiliza sus novelas. Sobre todo, '2001: Odisea del espacio' y las sucesivas entregas de la saga.


La gente de Colombo lo llama 'El hombre de la luna', porque, en efecto, allá arriba fue antes que nadie. Clarke es universalmente famoso por tres motivos. 1) Fue el inventor, en 1945, de la famosa Órbita de Clarke, que hizo posible los satélites para las telecomunicaciones. 2) Proyecto el ascensor espacial, con el que, en un futuro, los cohetes podrán despegar desde la órbita terrestre y no desde el suelo de nuestro planeta. 3) Es el autor de '2001', la película más visionaria, más bella, más compleja y más metafísica dedicada a la evolución de la humanidad, a su pasado y a su futuro, tanto inmediato como lejanísimo.


Pregunta.- Señor Clarke, ¿cuál de estas tres cosas le gusta más?
'Quizá alguna civilización alienígena haya decidido evitar cualquier contacto con nosotros, debido a las desesperadas condiciones de nuestro mundo'

Respuesta.- Me siento muy feliz y muy agradecido a la gente que me considera el inventor de los satélites para las telecomunicaciones y el principal impulsor del ascensor espacial. Pero preferiría ser recordado como un gran escritor.
P.- En una de las escenas más famosas de '2001', el simio, mirando a la Luna, lanza un hueso al aire. ¿Qué representa para usted ese hueso: un símbolo de poder, un instrumento de comunicación o el nacimiento de la tecnología?
R.- Puede ser las tres cosas. Han pasado ya 40 años desde que Stanley Kubrik y yo realizamos el ‘proverbial filme de ciencia ficción’ y ya no recuerdo todo aquello en lo que se fundamentaba nuestra decisión creativa. La secuencia del hueso se hizo famosa también por ser el flash-forward más grande del cine, cerca de tres millones de año desde el simio, llamado ‘Moonwatcher’ (el observador de la luna) y el año 2001. Daniel Ritcher, el mimo que representaba al simio, escribió un libro de memorias sobre esta secuencia.
P.- A propósito de la evolución. Hoy en día, por medio de la ciencia y de la tecnología podemos dirigir la evolución de las especies terrestres, incluida la nuestra. ¿Se puede considerar esto todavía un recorrido natural, dado que la ciencia es también un producto de la evolución de la especie humana?
R.- La colonización del espacio es el próximo paso lógico en nuestra evolución como especie. Es el gran paso sucesivo al que condujo a nuestros antepasados, cuando eran peces, a salir del mar y asentarse en tierra firme. Imagine un pez tradicionalista que, hace mil millones de años, decía a sus parientes anfibios: ‘la vida sobre tierra firme no tiene nada que ver con la marina. Nosotros estamos bien aquí donde estamos’. Eso fue lo que hicieron los peces y siguen siendo peces. Nuestros descendientes que vivirán en la Luna o en Marte, ciertamente visitarán la Tierra de vez en cuando, con sus trajes especiales para soportar la tremenda gravedad de la tierra y sus máscaras antigás para filtrar los innumerables malos olores que nuestro planeta aprendió a generar durante su larga historia de millones de años. Pero no creo que quieran vivir en la tierra permanentemente.
'No tengo ninguna duda de que el Universo bulle de vida. Preferiría un signo de vida inteligente, pero me apuntaría asimismo a un signo de vida bacteriana'

P.- ¿Qué le parecería más excitante, encontrar una civilización alienígena en el universo o la evidencia de que, en todo el cosmos, no hay otras formas de vida, dejando así únicamente a los terrícolas el papel de "centinelas del espacio"?
R.- Comparto la teoría del astrofísico Carl Sagan: ‘O estamos o no estamos solos en el universo. En ambos casos, nuestra mente permanece confusa’. Personalmente, no tengo duda alguna de que el universo bulle de vida. Una de mis esperanzas secretas es encontrar un signo, cualquier signo, de alienígenas durante mi vida. Preferiría un signo de vida inteligente, pero me apuntaría asimismo a un signo de vida bacteriana. Por otra parte, también puede suceder que una civilización inteligente haya decidido evitar cualquier contacto con nosotros, dadas las desesperadas condiciones a las que hemos condenado a nuestro mundo. ¡A lo mejor, los terrestres fuimos colocados en una especie de ‘cuarentena galáctica’!
P.- ¿Piensa realmente que, al final de su camino, la humanidad va a transformarse en pura energía, como sucede en ‘2001’?
R.- Transformarse en pura energía es una forma de sustraerse a la tiranía de la materia y, por eso, no me cuesta nada imaginar a seres realmente avanzados que sopesen los pros y los contras de su transformación en energía. Es evidente que, si deciden hacerlo, ya no gozarán de algunos placeres del mundo material, ¿pero qué importa eso cuando todo se convierte en un estado mental?
P.- Volviendo a nuestra condición de terrestres de unos años después del 2001, ¿tras la radio, los satélites y los teléfonos móviles cuál podrá ser el próximo paso en las telecomunicaciones?
R.- Creo mucho en los sistemas de reconocimiento vocal para el ordenados y demás dispositivos, incluso por su valor social, porque podrían ser utilizados incluso por los analfabetos. Sin embargo, hoy en día todavía hay dificultades para conseguirlo. Funcionan bien, si una persona está sola, pero piense en el caos de una oficina, en la que todos hablen a la vez a las máquinas. Además, el software deberá resolver el problema de la enorme diferencia de acentos con los que se habla una misa lengua. Recuerdo, a este respecto, una anécdota de hace unos años, mientras estaba intentando enseñar a un ordenador a reconocer mi voz. Pues bien, la frase ‘hay que ayudar al partido’ (the party en inglés) se convirtió en ‘hay que ayudar al apartheid’, un ejemplo evidente de lo ‘políticamente incorrecto’.
P.- ¿Piensa realmente que, tal y como prevé en ‘3001: la Odisea final’, en un futuro seremos capaces de transmitir o descargar directamente informaciones en nuestro cerebro conectándolo con un dispositivo externo?
R.- Sí. El objetivo último de los dispositivos input-output será la posibilidad de utilizar todos los sentidos del organismo humano y enviar señales directamente al cerebro. La manera de hacer eso con exactitud se lo dejo a los biotecnólogos. Por mi parte, en ‘3001’ describí el ‘braincap’ (un casquete para colocar en la cabeza e interactuar entre el cerebro y el ordenador). La popularización del dispositivo podrá retrasarse por el hecho de que ponérselo exigirá raparse el pelo al cero. De ahí que, dentro de unas décadas, la fabricación de pelucas se convertirá en un gran negocio.
P.- Cuando salió ‘2001’, sin embargo, el ordenador HAL (que al final se adueña de la nave y mata a todos los astronautas excepto al protagonista Bowman, que consigue vencerlo tras una dura batalla psicotecnológica) se convierte en el símbolo de la máquina que supera al hombre y domina la tierra. Este temor, muy difundido entonces, parece haber desaparecido hoy en día. ¿Por qué?
R.- Tenemos que darles las gracias por esto a personas como Steve Jobs y Bill Gates. Desde que los ordenadores se convirtieron en máquinas fáciles de usar y más accesibles, desaparecieron todos los temores de ese tipo. Después, los ordenadores introdujeron en nuestro lenguaje palabras y frases que no habrían tenido sentido alguno unas cuantas décadas antes. Su bisabuelo jamás habría entendido un grito de dolor del tipo : ‘Mi laptop se ha roto’. ¿Y qué dirían, al escuchar términos como ‘megabyte, hard drive y googling’? Hay otro ejemplo de una frase familiar que cambió por completo su significado. ¿Qué habría pensado una mujer de los primeros años del siglo XX, si le dijésemos que su nieto iba a pasar la mayor parte de su jornada trabajando en casa, ‘manejando un ratón’?
P.- ¿La información electrónica terminará por matar a la prensa?
R.- No lo creo. La desaparición de la prensa se predecía ya con la llegada de la radio y de la televisión, pero cada uno de los nuevos medios de comunicación encontró su puesto y nosotros mismos tampoco hemos tirado nuestros libros. Este medio antiguo sigue teniendo, de hecho, un espacio en medio de los sitios web, los videojuegos, los mensajes y otras tentaciones. Sin duda, el reto es intentar atraer a todos los que se acostumbraron a la gratificación instantánea derivada de los medios de comunicación interactivos, pero la lectura de un libro será siempre algo insustituible. Eso sí, la industria editorial tendrá que buscar nuevas vías, pero no creo que la prensa vaya a desaparecer.
P.- ¿Cómo ve le futuro de la tierra? Usted fue el único que consideró un eventual tsunami como una de las amenazas más graves de nuestro planeta. En ‘2010: Odisea dos’, usted prevé para el 2005 un gigantesco tsunami en el Pacífico. Sólo se equivocó en cinco días y en unos miles de kilómetros respecto al tsunami real. ¿Por qué este tipo de catástrofes siempre fue tan poco considerada por los científicos y los escritores?
R.- Los países del Pacífico han convivido siempre con los tsunamis, pero sólo el del Océano Indico de 2004 catalizó la atención mundial sobre ese tipo de riesgos. Poco tiempo después de la tragedia, subrayé que un tsunami puede ser desencadenado no sólo por un terremoto submarino, sino también por el impacto de un asteroide. Por eso, cuando se habla de las amenazas procedentes del espacio, la gente parece aliviada por el hecho de que las dos terceras partes de la tierra estén cubiertas por agua. Pero precisamente eso debería preocuparnos mucho más. Un impacto de un asteroide en el Océano puede multiplicar los daños respecto a uno que cayese en tierra firme, generando ‘la madre de todos los tsunamis’. Duncan Steel, una autoridad en la materia, estableció al respecto algunos cálculos terribles. Según sus cálculos, si un asteroide modesto, de 22 metros de diámetro, choca contra la tierra a una velocidad habitual de 68.400 kilómetros por hora, el impacto provoca una explosión de una potencia de 600 megatones, 10 veces mayor que la de la mayor explosión atómica jamás realizada. Aunque sólo se transfiriese a un tsunami el 10 por ciento de esta energía, las olas conseguirían transportarla a las costas a miles de kilómetros de distancia, ocasionando una destrucción muy más amplia de la del impacto de un asteroide sobre tierra firme. De hecho, en este último caso, la interacción entre la onda de choque y las irregularidades del terreno, como colinas, árboles y edificios, limitaría el área devastada. En cambio, en el océano la onda se propaga tal y como es hasta descargar en la costa. Por eso, he sugerido vigilar los cielos incluso cuando nos preocupemos por las amenazas de las profundidades del océano.

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